La noche ya bañaba toda Italia.
Dos menos cuarto de la mañana. Calles
vacías, solo quedaban los típicos vagabundos y borrachos que nunca duermen.
Caminé decisiva en busca de comida.
- Señora - dice alguien a mi espalda
y rápidamente me giré.
- Dígame, señor Demetrio - exigí
saber mientras clavé mis ojos color púrpura en él. Su rostro pálido me daba la
bienvenida con una gran sonrisa dejando ver sus perfectos dientes blancos.
- La están esperando en la Fontana de
Trevi - me explicó con cierta aura de temor hacia mi persona.
- Gracias - le dije de forma mordaz,
pues sabía que en el fondo jamás se lo agradecería.
- Buenas noches, señora Ariadna - se despidió
con una leve inclinación y segundos después le vi desaparecer entre la sombras
de los tejados, apreciable para mis ojos pero no para los de los simples
humanos.
Me dirigí hacia la Fontana
atravesando el centro, aquí había más gente y eso dificultaba mi paso, sus ojos
curiosos me miraban estupefactos, quizá por mi belleza o simplemente por ese
aura de depredador que me envuelve.
Segundos más tarde localicé la
maravillosa Fontana, toda ella envuelta en luces, parecía algo mágico, algo
fuera de este mundo, y en ella, una figura de amplia complexión me esperaba.
- Buenas noches, señora - me saludó
educadamente nada más llegar.
- Buenas noches, Aquerofonte - le
respondí mientras en su rostro apareció una especie de sonrisa tras escuchar su
nombre de mis labios.
Él era nada más y nada menos que de
la realeza, el alfa de los de mi especie, jamás había confiado en él y menos
ahora, cuando se podía anticipar una guerra contra los licántropos.
-¿Qué quería de mí? - pregunté sin
muchos rodeos a la vez que desviaba la mirada hacia un lado.
- Me imagino que sabrás que se
avecina… - asiento con la cabeza.- El pacto en el que creen los licántropos no
se firmara, esta misma noche comenzaremos la guerra, una sola muerte…- la
sonrisa que recorrió su horrible rostro era de esas escalofriantes, parecía
seguro de su triunfo.
- No formaré parte de esta locura -
dije mientras me daba la vuelta dispuesta a marcharme.
- No lo creo…- al segundo siguiente
una docena de sus mejores sirvientes se presentaron ante nosotros.
¿De dónde habían salido?
- Majestad, aquí está - dijo el más
cercano a nosotros.
Un hombre salió de detrás de este, su
pelo color chocolate y sus ojos color ocre… ¡No puede ser! Le habían dado una
buena paliza, apenas podría levantar la cabeza.
- Ángelo… - susurré con una supuesta
calma que no sentía, y este tras escucharme hizo el enorme esfuerzo levantar la
cabeza.
- Ariadna…
- Veo que ya os conocéis - nos dijo
Aquerofonte mirando primero a uno y luego al otro.
Claro que conocía a Ángelo, él fue
quien me salvó cuando estaba en el bosque medio moribunda.
- Nuestro querido Ángelo aquí
presente es un traidor, nos engañó a todos aliándose con el enemigo…
Sabía que era cierto solo con echar
un vistazo por la mente de Ángelo, pero lo único que había hecho era intentar
evitar esta absurda guerra.
- Y ahora para su disfrute y por supuesto
para nuestra alimentación…
No tardé ni un segundo en saber lo
que tenía que hacer si quería evitar su muerte.
Me abalancé sobre el sirviente más
cercano y le desgarré la garganta sin contemplación ninguna, brotando ahora de
ella una gran cantidad de sangre que no tardo en empapar mis manos.
Con sólo echar una mirada a Ángelo, y
encontrándose como se encontraba, me acompañó en mi masacre.
Tras acabar con todos los allí
presenten un silencio sepulcral llenó la plaza.
- Hora de irnos - dije nada más pasar
por su lado mientras le agarraba del brazo.
Nos fuimos alejando, dejando a
nuestro paso cuerpos sin vida entre los que se encontraba Aquerofonte… Él se lo
había buscado.
Ahora tocaba hacer frente a ese
infierno que había desatado, del cual no sabría si sobreviviría…
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