lunes, 27 de junio de 2016

La Atlántida #4

Dicho eso todos los allí presentes desaparecieron dejándome con la carta quemando aún en las manos y sin poder creer que nada de esto fuera cierto. 

A la mañana siguiente sin apenas haber podido dormir la noche anterior, cuando bajé, los Guardianes de la Noche estaban esperándome con su coche de patrulla de tono negro metalizado. Tras indicarme que subiera y sin tardar en hacerlo, salimos de allí, despidiéndome de mi antiguo barrio, quizás fuera la última vez que lo veía a no ser que me expulsaran, algo que deseaba que hicieran.

-Póngase esto - me ofreció uno de los guardias cuando casi habíamos llegado al Parlamento. 

Era una camisa dos tallas más de la mía de color gris, los pantalones de igual color, los cuales tuve que remangar para no pisármelos cuando bajara del coche. Había tardado más de una hora en decidir que ponerme para esta mañana, para acabar como si fuera una presidiaria. 

Cuando hubimos llegado al Parlamento, el enorme edificio me dejó sin palabras, su estructura grisácea te provocaba sentimientos poco apacibles, como la rigidez, disciplina y sobretodo temor. 

Este estaba atestado de gente, chicos de más o menos de mi edad entusiasmados porque las puertas se abrieran y poder así comenzar una nueva vida. 

Los guardias que me habían acompañado ahora formaban parte del resto de sus compañeros quienes controlaban que ninguno de los nuevos jóvenes pudiera escapar, algo bastante irónico cuando la mayoría de los presentes deseaban estar allí. 

-Hola - me saludó un chico pelirrojo dos cabezas más grandes que yo-. ¿Entusiasmada por estar aquí? 

-La verdad es que no - dije sin dejar de observar todos los que allí estábamos. 

Llegué a la conclusión de que los que iban con una sonrisa en sus caras eran de familias adineradas, para las que sus hijos o hijas estuvieran allí era un gran honor. 

-Ya somos dos, pensé que iba a ser el único - sonrió divertido ante lo que le había dicho.- Soy Ringo. 

-Erín - nos dimos la mano como si de amigos se tratara y nos quedamos allí en silencio observando cuanto sucedía. 

A las 8.00 en punto las puertas del Parlamento se abrieron y ante nosotros apareció el presidente, Vandeveer, un hombre alto con el pelo negro engominado, un traje impecable y una pose demasiado autoritaria. La edad que podía tener era de apenas treinta, pero sabía perfectamente que Vandeveer llevaba más tiempo en el poder, sus ojos denotaban vejez, una vejez que el resto de su cara no presentaba, ¿Qué estaba pasando ahí? 

A su lado se posicionó una mujer igualmente uniformada con los tonos grises y que llevaba una carpeta donde parecía apuntar cuanto veía, y al otro lado del presidente un hombre vestido exactamente como un Guardián de la Noche, debía ser el jefe. 

El presidente se acercó a un atril, diferenciado así el poder que existía entre los seleccionados y las fuerzas del Estado, y comenzó a hablar: 

-¡Bienvenidos, seleccionados! Me alegro de contar este año con más que otros años, enhorabuena a todos los que hoy estáis aquí, espero que estéis preparados porque a partir de hoy vuestra vida cambiarán para mejor… 

Entonces unos ruidos se oyeron al lado nuestro, solo se escuchaba a un chico gritar sobre que no quería estar ahí, que ese no era su sitio, que todo esto era una estafa y lo siguiente que se oyó fue un disparo.

Mis músculos se tensaron, no podía ser cierto lo que acababa de escuchar, miré a Ringo quien miraba con desprecio lo que acababa de suceder.

-Dime que no ha… 

-Sí - volvió a mirar al frente y no volvió a hablar.

Por el contrario el presidente siguió con su discurso, sin mencionar siquiera lo que acababa de suceder, pero mi mente no hacía más que pensar en lo que acababa de oír ¿Podía ser cierto? ¿Acababan de matar a un seleccionado? Me daba que Jamie se había dejado algo por contarme. 

-… ¡Disfrutad de cuanto se os ofrece y de nuevo bienvenidos!

El discurso había acabado y ahora entrabamos todos en el Parlamento, mis pies andaban por inercia, empujados por la marea y si no hubiera sido por Ringo habría desaparecido entre la multitud pisoteada.

-Bienvenida al Parlamento - susurró Ringo en mi oído, demasiado bajito para que cualquiera pudiera oírnos. 

“Bienvenida Erín”.

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