martes, 11 de septiembre de 2012

LIBERTAD




¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que vimos el sol? ¿Cuánto hace que no llueve? ¿Cuánto hace que no tenemos un día libre? Demasiado.
Otro día más en la que las nubes de un matiz grisáceo y sucio envuelven el cielo de Serox, y quizás de todo el mundo, pero eso jamás lo sabré.
Desayuno un cuenco de algo espeso y sin ningún tipo de sabor, pero ya ni me pregunto por lo que como, eso ya da igual. Limpio mi cuenco y voy derecha a ponerme mi uniforme de trabajo: unos pantalones negros con una camisa amarillo chillón y la chaqueta del mismo color que los pantalones.
Reviso que todo esté en su sitio, porque esta tarde pasaron los Distribuidores a proporcionarme comida y a comprobar que no tengo nada en mi poder que no deba, ya sea material del mundo que una vez existió o cualquier sustancia estupefaciente que me provoque la muerte. Ni siquiera nos permiten morir. Me pongo los zapatos de color amarillo, igual que el de mi camiseta y salgo, dispuesta a enfrentarme a un día continuo como el de ayer y como llevan siendo mis veintiún años.
Mi nombre es Crisalía, así me apodó este nuevo gobierno, ya ni siquiera recuerdo el nombre que me puso mi madre al nacer, de eso ya hace mucho. Tras la tercera Guerra Mundial, la caída de la economía, las enfermedades y un sinfín de catástrofes más, la “Tierra” y cada de uno de sus continentes, desaparecieron, ahora ya no vivimos en enormes trozos de tierra, ahora vivimos en islas pequeñas, rodeadas de agua salada, sin ningún tipo de supervivencia que la que nos ofrece el Estado de Serox y sin conocer más que lo que vivimos. Aun quedan restos en la ciudad de vidas pasadas: vehículos llamados coches, túneles subterráneos, instrumentos ruidosos…pero lo que más llamo mi atención fue el enorme edificio que hay casi en el límite de la ciudad y al cual tenemos prohibido ir, en su fachada solo pone algo como “Biblioteca” pero realmente, esa palabra ya no figura en mi vocabulario, y he de decir que en ninguno de los que yo conozca.
Ando por las calles, derecha a la enorme sucursal de Serox. A mi paso la gente no mira a ningún lado, no hablan entre ellos, es lo tenemos prohibido hasta los viernes, con esto lo que quieren conseguir es que el trabajo sea productivo, sin perder un ápice de su dinero. En mi caso mi trabajo es bastante sencillo, me dedico a archivar documentos en la enorme red que constituye Serox, de ahí que mi camiseta de trabajo sea amarilla.
Cada uno de nosotros, llevamos camisetas distintas, dependiendo a que nos dediquemos, con quienes estemos casados e incluso si somos huérfanos. A parte de llevar mi camiseta amarilla, también llevo un pequeño tatuaje en forma de triangulo que indica mi estado: huérfana. La mitad de los jóvenes, como es en mi caso, perdimos a nuestros padres en la gran explosión de los continentes.
En cuanto cruzo la puerta de la sucursal, extiendo mi cuello, que es donde llevo el tatuaje y uno de los hombres que se encajan de la vigilancia, pasa un leve escáner.
“Nombre: Crisalía. Apellidos: Por asignar. Edad: 21 años. Familia: Huérfana. Puesto: Documentación.”
Eso es todo lo que se oye al pasar el aparato, después de eso el guardia me deja pasar, y subo la primera planta en ascensor con el resto de los empleados.
Tras llegar giro a la derecha y entro en mi cubículo, dos más a mi derecha y dos más a mi izquierda. Inicio el ordenador con sólo poner mi huella de dactilar y comienzan a activarse un millón de programas de reconocimiento, después de eso ya puedo ponerme manos a la obra con la documentación que han dejado a primera hora en mi mesa.
Voy redactando uno tras otro todos y cada uno de los papeles del Estado, que más tarde borraran de mi mente para cubrirse las espaldas.
Al acabar la primera carpeta con más de doscientas páginas, abro la segunda, se al momento que esta es distinta, no sé que puede ser, pero una sensación dentro de mi me lo confirma. Tomo con más cuidado sus hojas, las leo, evitando que nuestros guardianes se den cuentan de lo que hago, y entonces lo encuentro.
“Crisalía te espero a las 22.00h, tras el toque de queda, en la antigua biblioteca”
Eso es todo cuanto pone, pero hace que mi mente se ponga a carburar en quien podría ser, ¿Quién quiere meterme en un lio? ¿Y por qué? Y algo mucho peor ¿Voy a ir?
Estrujo la hoja, haciendo que la caja de sentimientos que Serox ha cerrado, se resquebraje por uno de los costados, haciendo que algo se me encoja interiormente. Procuro mantener la calma, si alguno de los guardianes nota un cambio en mi respiración iré derecha a la Sala de Diagnósticos, de donde puede que no vuelva a salir. No es la primera vez que la caja de los sentimientos ha temblado en mi interior, y puede que no sea la última.
Continúo con mi trabajo y cuando puedo trituro la nota, echo un vistazo por si alguien me ha visto, pero nadie ha sospechado nada. Perfecto.
La jornada acaba a las seis y en pocos minutos nos hacen ir saliendo ordenadamente de la sucursal, y en una de esas casi tropiezo con mi compañero de adelante, llamando la atención de los Distribuidores, quienes se acercan.
-¿Se encuentra bien? – pregunta sin ningún tipo de sentimiento en su voz.
Asiento sin poder articular palabra, ya que lo único que oigo es mi corazón martilleando en mi cabeza.
Al salir a la calle me siento más relajada. No me paro hasta llegar a casa y tras abrir la puerta de mi pequeño apartamento, suspiro. Me quito toda la vestimenta y voy derecha al armario, aparto el enorme baúl que impide sacar las ropas de mi madre, el único que recuerdo que tengo de ella: un vestido de flores, unas zapatillas blancas y la chaqueta de punto marrón.
Las tuve que esconder con demasiado recelo, los Distribuidores se encargan de revisar todo. Tras eso, enciendo mi ordenador y conecto el video que hice, hará ya un año, sobre mí, en mi casa haciendo una vida estricta. Perfecto, ahora tengo toda la intimidad que necesito. Bajo las persianas dejándolas a la mitad y paso a darme una ducha. Ahora que ya me que quitado la mugre de ese edificio lustroso y después de ponerme un camiseta enorme, confiscada por mi vecino y recuperada cuando los Distribuidores no miraban, me dirigió a la nevera y tras pasar pulsar un botón que hay detrás de un bote de tomate que llevaba más de cuatro años allí, aparece una pequeña cavidad frigorífica de donde saco algo de pan, jamón e incluso una coca cola. Todos estos productos están más que prohibidos, y si te encuentran con ello es pena máxima, pero como decía mi madre “Quien hace la ley, hace la trampa”. Me dispongo a cenar mientras saco el único libro que poseía mi madre, El Principito.
Al acabar todo, lo llevo al cubo de basura que es un incinerador evitando las pruebas y compruebo el reloj.  Las 21.30h, aun sigo sin poderme quitar de la cabeza esa nota, ¿Qué pierdo por ir? Me lo planteo un par de segundos, pero mi curiosidad acaba cediendo, y tras ponerme un chándal negro y una sudadera grande del mismo color, salgo por la puerta de casa. Ya no se oye ni un alma en todo el edificio, y cuando salgo es lo mismo. El toque de queda. Ando por las calles con todos los sentidos, esperando escuchar el rechinar de unos pasos metálicos, o de cualquier otra cosa que se acerque en mi dirección.
Diviso ya la Biblioteca y algo en mi interior me hace saltar de alegría, pero antes de que pueda bajar por la pendiente, las luces de los Guardianes se acercan por detrás de mí. La adrenalina recorre mi cuerpo como un torrente, no tardo en echarme hacia un lado y esconderme en el fondo de un callejón, entre los cubos de basura.
Cuando soy consciente de que solo oigo el martilleo de mi corazón, decido salir con riguroso cuidado. Miro hacia un lado y hacia el otro, en busca de los Guardianes, pero han desaparecido. Consulto mi reloj, las 22.15h. Tengo que darme prisa. Recorro el último trecho casi a la carrera. Tras presentarme en las enormes puertas de la Biblioteca, un escalofrío me recorre el cuerpo. Intento empujar las puertas para poder entrar, pero no se mueven ni un milímetro. Es un esfuerzo perdido, por lo que decido entrar por una de sus ventanas rotas, a expensas de rasgar mi ropa, cosa que sucede cuando estoy ya dentro. No se oyó ni un alma, pero lo que me deja estupefacta, son las enormes estanterías, tan altas como el techo abovedado que hay sobre mí, y con más de mil libros. ¡Libros! Me voy acercando con cuidado, cuando una voz a mi espalda me sobresalta.
-Te estaba esperando.- susurra la voz de un hombre, casi arrastrando las palabras.
Esto hace que me gire rápidamente, poniéndome en posición de defensa, en este último año he aprendido mil cosas, y una de ellas era algo llamado “Karate” que realizaba antiguamente una tribu de japoneses que vivían en el continente asiático.
-¿Quién eres? ¿Y qué quieres de mí? – le pregunto sin moverme del sitio.
-Creo que todavía es pronto para ese tipo de preguntas.- responde acercándose poco a poco a mí, un poco más y podre verle la cara-. Pero por lo que veo no me equivoqué contigo, no eres lo que aparentan todos, no estás en casa después del toque de queda, no comes lo que deberías, no haces cosas… ¿Esa posición es de karate?
Algo dentro de mí va creciendo, un sentimiento que ya había experimentado: rabia, cólera, y pánico a ser descubierta.
-¡¿Quién eres?!- grite echándome hacia atrás.
Una risa masculina llego a mis oídos.
-Tienes más sentimientos de lo que hubiera imaginado, pequeña Crisalía, eres todo un descubrimiento.
Escuche con unos pasos se acercaban a mí y poco a poco pude ver sus rasgos, unos rasgos marcados, muy masculinos, un cuerpo fuerte y musculoso, una sonrisa de dientes blancos, pelo cenizo y unos ojos que me recordaron a alguien a quien había visto hace años.
¿Quién era él? ¿Y porque su cara me sonaba tanto?
El corazón se me encogió, y unas irremediables ganas de llorar se apoderaron de mí.
Deje mi posición de defensa para abrazarme a mí misma, un frio interior atroz amenazo con derribarme ante ese hombre de cara angelical.
-¿Quién…quién eres?- susurre esta vez sin fuerzas.
-Crisalía me conoces, sabes quién soy, sólo tienes que buscar en tu memoria.
Sus pasos se acercaban a mí, su voz tranquila hacia evocar otro tiempo, otro en el que había sol, había luna y hasta había millones de libros, donde aún vivía mamá, donde… ÉL.
-No puede ser.
Mientras mi mente intentaba desarticular lo que había hecho Serox, millones de recuerdos asaltaron mi mente.
-¡Dios! ¡Mi cabeza! – grite agarrándomela, pinchazos dolorosos se introducían en mi cabeza como un montón de puñaladas.
Rápidamente note como alguien me envolvía en sus brazos y me pedía que dejara que todo fluyera, que no tardaría en pensar en cuestión de minutos.
He de decir que fueron los peores minutos de mi vida, pensaba que moriría allí, pero como bien había dicho mi protector, los dolores desaparecieron, dejando paso a los recuerdos, encerrados durante más de diez años.
Entonces fue cuando volví a mirar a mi protector con nuevos ojos, le conocía, claro que lo conocía.
-¿Jace?
Una risa me confirmó que había acertado.
-Bienvenida, Cristhen.
Nos fundimos en un abrazo que me devolvía a otro tiempo, en el que era feliz.
-¿Qué haces aquí?- le pregunto separándome un poco de mi ex mejor amigos.
-Llevamos años aquí, pero tras borrarnos la memoria nos costó recuperar nuestros recuerdos, y un día mientras iba a trabajar, te vi, y algo en mi interior supo que eras tú, pero era imposible acercarme a ti, no sabía que era yo…-me recorrió con los dedos el rostro-. Pero ahora todo podrá acabar.
-¿Qué quieres decir con eso?- me aparte un poco de él, tantas muestras de cariño colapsaban mi mente.
-Cristhen, el gobierno de Serox caerá.- su rostro se endureció, mostrando una rabia y un odio que jamás había visto-. Los mismo que provocaron la destrucción mundial, caerán, y por fin, nosotros, podremos vivir.
-¿Pero de que hablas, Jace? – no podía hablar en serio.
- La Tierra como era conocía antiguamente, no fue destruida por casualidad, se encargaron de destruirla, de hacernos a todos sus esclavos manipulando nuestras mentes y nuestros sentimientos, en las aguas saladas, hay gente, como tú y como yo, viven libres, han creado su propia ciudad, han creado su propia vida.
Todo cuanto salía de la boca de Jace me parecía inimaginable, ¿Gente mas allá de Serox? No podía ser, no podían vivir, debía de ser todo una broma de mal gusto.
-…acabaremos con los que nos encerraron, privándonos de nuestra libertad.- me agarro de los hombros, zarandeándome -. Todos morirán, todos los que nos arrebataron a nuestros seres queridos por no querer obedecer los que ellos dictaban, morirán, tu madre, mi padre, mi hermana y mil personas más serán vengados.
-¿Mi madre? – fue con lo único que me pude quedar, donde entraba ahí mi madre.
-Cristhen, esto es la Libertad.
En cuanto Jace dijo eso, miles de ojos fueron apareciendo por todos los rincones, miles de personas nos miraban.
¿Quién era toda esa gente? Y sobre todo, ¿Qué hacían aquí? 


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