¿Cuánto tiempo ha pasado
desde la última vez que vimos el sol? ¿Cuánto hace que no llueve? ¿Cuánto hace
que no tenemos un día libre? Demasiado.
Otro día más en la que las
nubes de un matiz grisáceo y sucio envuelven el cielo de Serox, y quizás de
todo el mundo, pero eso jamás lo sabré.
Desayuno un cuenco de algo
espeso y sin ningún tipo de sabor, pero ya ni me pregunto por lo que como, eso
ya da igual. Limpio mi cuenco y voy derecha a ponerme mi uniforme de trabajo:
unos pantalones negros con una camisa amarillo chillón y la chaqueta del mismo
color que los pantalones.
Reviso que todo esté en su
sitio, porque esta tarde pasaron los Distribuidores a proporcionarme comida y a
comprobar que no tengo nada en mi poder que no deba, ya sea material del mundo
que una vez existió o cualquier sustancia estupefaciente que me provoque la
muerte. Ni siquiera nos permiten morir. Me pongo los zapatos de color amarillo,
igual que el de mi camiseta y salgo, dispuesta a enfrentarme a un día continuo
como el de ayer y como llevan siendo mis veintiún años.
Mi nombre es Crisalía, así
me apodó este nuevo gobierno, ya ni siquiera recuerdo el nombre que me puso mi
madre al nacer, de eso ya hace mucho. Tras la tercera Guerra Mundial, la caída
de la economía, las enfermedades y un sinfín de catástrofes más, la “Tierra” y
cada de uno de sus continentes, desaparecieron, ahora ya no vivimos en enormes
trozos de tierra, ahora vivimos en islas pequeñas, rodeadas de agua salada, sin
ningún tipo de supervivencia que la que nos ofrece el Estado de Serox y sin
conocer más que lo que vivimos. Aun quedan restos en la ciudad de vidas
pasadas: vehículos llamados coches, túneles subterráneos, instrumentos
ruidosos…pero lo que más llamo mi atención fue el enorme edificio que hay casi
en el límite de la ciudad y al cual tenemos prohibido ir, en su fachada solo
pone algo como “Biblioteca” pero realmente, esa palabra ya no figura en mi
vocabulario, y he de decir que en ninguno de los que yo conozca.
Ando por las calles, derecha
a la enorme sucursal de Serox. A mi paso la gente no mira a ningún lado, no
hablan entre ellos, es lo tenemos prohibido hasta los viernes, con esto lo que
quieren conseguir es que el trabajo sea productivo, sin perder un ápice de su
dinero. En mi caso mi trabajo es bastante sencillo, me dedico a archivar
documentos en la enorme red que constituye Serox, de ahí que mi camiseta de
trabajo sea amarilla.
Cada uno de nosotros,
llevamos camisetas distintas, dependiendo a que nos dediquemos, con quienes
estemos casados e incluso si somos huérfanos. A parte de llevar mi camiseta
amarilla, también llevo un pequeño tatuaje en forma de triangulo que indica mi
estado: huérfana. La mitad de los jóvenes, como es en mi caso, perdimos a
nuestros padres en la gran explosión de los continentes.
En cuanto cruzo la puerta de
la sucursal, extiendo mi cuello, que es donde llevo el tatuaje y uno de los
hombres que se encajan de la vigilancia, pasa un leve escáner.
“Nombre: Crisalía.
Apellidos: Por asignar. Edad: 21 años. Familia: Huérfana. Puesto:
Documentación.”
Eso es todo lo que se oye al
pasar el aparato, después de eso el guardia me deja pasar, y subo la primera
planta en ascensor con el resto de los empleados.
Tras llegar giro a la
derecha y entro en mi cubículo, dos más a mi derecha y dos más a mi izquierda.
Inicio el ordenador con sólo poner mi huella de dactilar y comienzan a
activarse un millón de programas de reconocimiento, después de eso ya puedo
ponerme manos a la obra con la documentación que han dejado a primera hora en
mi mesa.
Voy redactando uno tras otro
todos y cada uno de los papeles del Estado, que más tarde borraran de mi mente
para cubrirse las espaldas.
Al acabar la primera carpeta
con más de doscientas páginas, abro la segunda, se al momento que esta es
distinta, no sé que puede ser, pero una sensación dentro de mi me lo confirma.
Tomo con más cuidado sus hojas, las leo, evitando que nuestros guardianes se
den cuentan de lo que hago, y entonces lo encuentro.
“Crisalía te espero a las
22.00h, tras el toque de queda, en la antigua biblioteca”
Eso es todo cuanto pone,
pero hace que mi mente se ponga a carburar en quien podría ser, ¿Quién quiere
meterme en un lio? ¿Y por qué? Y algo mucho peor ¿Voy a ir?
Estrujo la hoja, haciendo
que la caja de sentimientos que Serox ha cerrado, se resquebraje por uno de los
costados, haciendo que algo se me encoja interiormente. Procuro mantener la
calma, si alguno de los guardianes nota un cambio en mi respiración iré derecha
a la Sala de Diagnósticos, de donde puede que no vuelva a salir. No es la
primera vez que la caja de los sentimientos ha temblado en mi interior, y puede
que no sea la última.
Continúo con mi trabajo y
cuando puedo trituro la nota, echo un vistazo por si alguien me ha visto, pero
nadie ha sospechado nada. Perfecto.
La jornada acaba a las seis
y en pocos minutos nos hacen ir saliendo ordenadamente de la sucursal, y en una
de esas casi tropiezo con mi compañero de adelante, llamando la atención de los
Distribuidores, quienes se acercan.
-¿Se encuentra bien? –
pregunta sin ningún tipo de sentimiento en su voz.
Asiento sin poder articular
palabra, ya que lo único que oigo es mi corazón martilleando en mi cabeza.
Al salir a la calle me
siento más relajada. No me paro hasta llegar a casa y tras abrir la puerta de
mi pequeño apartamento, suspiro. Me quito toda la vestimenta y voy derecha al
armario, aparto el enorme baúl que impide sacar las ropas de mi madre, el único
que recuerdo que tengo de ella: un vestido de flores, unas zapatillas blancas y
la chaqueta de punto marrón.
Las tuve que esconder con
demasiado recelo, los Distribuidores se encargan de revisar todo. Tras eso,
enciendo mi ordenador y conecto el video que hice, hará ya un año, sobre mí, en
mi casa haciendo una vida estricta. Perfecto, ahora tengo toda la intimidad que
necesito. Bajo las persianas dejándolas a la mitad y paso a darme una ducha.
Ahora que ya me que quitado la mugre de ese edificio lustroso y después de
ponerme un camiseta enorme, confiscada por mi vecino y recuperada cuando los
Distribuidores no miraban, me dirigió a la nevera y tras pasar pulsar un botón
que hay detrás de un bote de tomate que llevaba más de cuatro años allí,
aparece una pequeña cavidad frigorífica de donde saco algo de pan, jamón e
incluso una coca cola. Todos estos productos están más que prohibidos, y si te
encuentran con ello es pena máxima, pero como decía mi madre “Quien hace la
ley, hace la trampa”. Me dispongo a cenar mientras saco el único libro que
poseía mi madre, El Principito.
Al acabar todo, lo llevo al
cubo de basura que es un incinerador evitando las pruebas y compruebo el
reloj. Las 21.30h, aun sigo sin poderme
quitar de la cabeza esa nota, ¿Qué pierdo por ir? Me lo planteo un par de
segundos, pero mi curiosidad acaba cediendo, y tras ponerme un chándal negro y
una sudadera grande del mismo color, salgo por la puerta de casa. Ya no se oye
ni un alma en todo el edificio, y cuando salgo es lo mismo. El toque de queda.
Ando por las calles con todos los sentidos, esperando escuchar el rechinar de
unos pasos metálicos, o de cualquier otra cosa que se acerque en mi dirección.
Diviso ya la Biblioteca y
algo en mi interior me hace saltar de alegría, pero antes de que pueda bajar
por la pendiente, las luces de los Guardianes se acercan por detrás de mí. La
adrenalina recorre mi cuerpo como un torrente, no tardo en echarme hacia un
lado y esconderme en el fondo de un callejón, entre los cubos de basura.
Cuando soy consciente de que
solo oigo el martilleo de mi corazón, decido salir con riguroso cuidado. Miro
hacia un lado y hacia el otro, en busca de los Guardianes, pero han
desaparecido. Consulto mi reloj, las 22.15h. Tengo que darme prisa. Recorro el último
trecho casi a la carrera. Tras presentarme en las enormes puertas de la
Biblioteca, un escalofrío me recorre el cuerpo. Intento empujar las puertas
para poder entrar, pero no se mueven ni un milímetro. Es un esfuerzo perdido,
por lo que decido entrar por una de sus ventanas rotas, a expensas de rasgar mi
ropa, cosa que sucede cuando estoy ya dentro. No se oyó ni un alma, pero lo que
me deja estupefacta, son las enormes estanterías, tan altas como el techo
abovedado que hay sobre mí, y con más de mil libros. ¡Libros! Me voy acercando
con cuidado, cuando una voz a mi espalda me sobresalta.
-Te estaba esperando.-
susurra la voz de un hombre, casi arrastrando las palabras.
Esto hace que me gire
rápidamente, poniéndome en posición de defensa, en este último año he aprendido
mil cosas, y una de ellas era algo llamado “Karate” que realizaba antiguamente
una tribu de japoneses que vivían en el continente asiático.
-¿Quién eres? ¿Y qué quieres
de mí? – le pregunto sin moverme del sitio.
-Creo que todavía es pronto
para ese tipo de preguntas.- responde acercándose poco a poco a mí, un poco más
y podre verle la cara-. Pero por lo que veo no me equivoqué contigo, no eres lo
que aparentan todos, no estás en casa después del toque de queda, no comes lo
que deberías, no haces cosas… ¿Esa posición es de karate?
Algo dentro de mí va
creciendo, un sentimiento que ya había experimentado: rabia, cólera, y pánico a
ser descubierta.
-¡¿Quién eres?!- grite
echándome hacia atrás.
Una risa masculina llego a
mis oídos.
-Tienes más sentimientos de
lo que hubiera imaginado, pequeña Crisalía, eres todo un descubrimiento.
Escuche con unos pasos se
acercaban a mí y poco a poco pude ver sus rasgos, unos rasgos marcados, muy
masculinos, un cuerpo fuerte y musculoso, una sonrisa de dientes blancos, pelo
cenizo y unos ojos que me recordaron a alguien a quien había visto hace años.
¿Quién era él? ¿Y porque su
cara me sonaba tanto?
El corazón se me encogió, y
unas irremediables ganas de llorar se apoderaron de mí.
Deje mi posición de defensa para
abrazarme a mí misma, un frio interior atroz amenazo con derribarme ante ese
hombre de cara angelical.
-¿Quién…quién eres?- susurre
esta vez sin fuerzas.
-Crisalía me conoces, sabes quién
soy, sólo tienes que buscar en tu memoria.
Sus pasos se acercaban a mí,
su voz tranquila hacia evocar otro tiempo, otro en el que había sol, había luna
y hasta había millones de libros, donde aún vivía mamá, donde… ÉL.
-No puede ser.
Mientras mi mente intentaba desarticular
lo que había hecho Serox, millones de recuerdos asaltaron mi mente.
-¡Dios! ¡Mi cabeza! – grite
agarrándomela, pinchazos dolorosos se introducían en mi cabeza como un montón
de puñaladas.
Rápidamente note como
alguien me envolvía en sus brazos y me pedía que dejara que todo fluyera, que
no tardaría en pensar en cuestión de minutos.
He de decir que fueron los
peores minutos de mi vida, pensaba que moriría allí, pero como bien había dicho
mi protector, los dolores desaparecieron, dejando paso a los recuerdos,
encerrados durante más de diez años.
Entonces fue cuando volví a
mirar a mi protector con nuevos ojos, le conocía, claro que lo conocía.
-¿Jace?
Una risa me confirmó que
había acertado.
-Bienvenida, Cristhen.
Nos fundimos en un abrazo
que me devolvía a otro tiempo, en el que era feliz.
-¿Qué haces aquí?- le
pregunto separándome un poco de mi ex mejor amigos.
-Llevamos años aquí, pero
tras borrarnos la memoria nos costó recuperar nuestros recuerdos, y un día
mientras iba a trabajar, te vi, y algo en mi interior supo que eras tú, pero
era imposible acercarme a ti, no sabía que era yo…-me recorrió con los dedos el
rostro-. Pero ahora todo podrá acabar.
-¿Qué quieres decir con
eso?- me aparte un poco de él, tantas muestras de cariño colapsaban mi mente.
-Cristhen, el gobierno de
Serox caerá.- su rostro se endureció, mostrando una rabia y un odio que jamás
había visto-. Los mismo que provocaron la destrucción mundial, caerán, y por
fin, nosotros, podremos vivir.
-¿Pero de que hablas, Jace?
– no podía hablar en serio.
- La Tierra como era conocía
antiguamente, no fue destruida por casualidad, se encargaron de destruirla, de
hacernos a todos sus esclavos manipulando nuestras mentes y nuestros
sentimientos, en las aguas saladas, hay gente, como tú y como yo, viven libres,
han creado su propia ciudad, han creado su propia vida.
Todo cuanto salía de la boca
de Jace me parecía inimaginable, ¿Gente mas allá de Serox? No podía ser, no
podían vivir, debía de ser todo una broma de mal gusto.
-…acabaremos con los que nos
encerraron, privándonos de nuestra libertad.- me agarro de los hombros,
zarandeándome -. Todos morirán, todos los que nos arrebataron a nuestros seres
queridos por no querer obedecer los que ellos dictaban, morirán, tu madre, mi
padre, mi hermana y mil personas más serán vengados.
-¿Mi madre? – fue con lo
único que me pude quedar, donde entraba ahí mi madre.
-Cristhen, esto es la
Libertad.
En cuanto Jace dijo eso,
miles de ojos fueron apareciendo por todos los rincones, miles de personas nos
miraban.
¿Quién era toda esa gente? Y
sobre todo, ¿Qué hacían aquí?
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