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domingo, 29 de mayo de 2016

La Atlántida (Relato #1)


Hoy para volver a retomar el blog tras mi desaparición, si es que los trabajos finales me tienen hasta arriba, así que quitándome ya alguno de encima espero esta semana volver a estar con todos vosotros, os ofrezco la primera parte de un relato que tiene sus añitos. Gracias por la paciencia y seguir por aquí.







Demasiado tiempo sin escuchar otra cosa que no fuera sobre la vida aquí, en la Atlántida, demasiados años tras la desaparición de la tierra como la conocían los ancestros, demasiado tiempo sin saber a que huele la hierba, el aire, el sonido de los pájaros… Demasiadas cosas pérdidas tras la fatídica noche en lo que todo se descontroló.


Mi nombre es Erín, y como habéis podido deducir vivo en la Atlántida, sí, la famosa ciudad perdida, pero no la que aparecía en los libros de los terrícolas, no, esa era solo un mito y esta era real. 


Hace ya años que se perdió la Tierra, ese famoso planeta azul de los que hablan los mayores, dejó de existir en el mismo día que el ser humano decidió acabar con todo. 


Ahora mismo no había ni un trozo de tierra en todo el maldito planeta, sólo había agua y pequeños ecosistemas como este, creados a partir de una cúpula resistente a las presiones del agua y al propio agua, aunque algunas veces había fugas provocadas por los nuevos seres que estaban mutando, los animales marinos como los conocía mi abuela ya no existían, el mundo había cambiado y con ello todo, pero personalmente aún guardaba una pequeña esperanza de que algún día encontraríamos un trozo de tierra que nos permitirá instalarnos allí.


La Atlántida tenía cuanto deseáramos, colegios, trabajos, centros comerciales, todo lo más similar a lo que una vez se dejo en la superficie, e incluso la sociedad sigue donde la dejamos, diferentes clases sociales, pobre y ricos, gente indigente, y un sin fin de barbaries más. Era ahí cuando te dabas cuenta que realmente el mundo no había cambiado tanto, eso era lo que diría mi abuela. 


Hoy comenzaba un nuevo día, aunque para mi seguía siendo el mismo, seguía trabajando en una simple hamburguesería, ganando una miseria y sin siquiera poder pagar los gastos que suponía un habitáculo, porque el tener un piso en la sociedad en la que vivíamos, era solo para los ricos o los pudientes, y sin pertenecer a una familia adinerada, era lo único que me podía permitir.

Antes vivía con mi abuela, pero la mujer falleció hará ya dos años, tras un ataque al corazón y para mi pesar poco se pudo hacer por ella. Del resto de mi familia había que decir que solo conservaba las fotos que me dio ella, por lo demás estaba sola en este mundo, o mejor dicho en esta cúpula.


No tardé en salir de la cama e ir directa a la ducha, otro habitáculo pegado al de la habitación donde tenía una cama, una televisión pegada a la pared y una mesa junto a un frigorífico, ni siquiera me podía permitir una ventana, por lo que la mayoría de las veces solía ir a oscuras con el fin de no gastar más de lo que me podía permitir. El baño era igual de casto, una ducha con su plato, un váter y el lavabo junto con el espejo, en el cual procuraba no mirarme, mi aspecto era algo que me daba realmente igual, sabía que mi pelo era negro y mis ojos negros moteados, ¿Qué más se necesitaba saber?



CONTINUARÁ...

lunes, 2 de mayo de 2016

Late, late...



Me vuelvo animar con un nuevo relato, espero que os guste, no es muy largo pero espero que transmita lo que quiero. De hecho tengo que decir que este pequeño texto surgió tras ver una serie de médicos, así que... bueno no digo más.







Late, late, late… no dejes de latir, esto siempre lo has hecho la mar de bien, no puede dejar de hacerlo ahora, porque si lo haces ¿Qué será de mi? ¿Dónde acabaré? 

Ya empiezo a escuchar los pitidos que taladran en mi cerebro, empieza a ser relativamente incómodo, pero quizás lo que es más incómodo de todo es el escuchar cómo la gente corre de un lado a otro, sobrepasados por la situación, por la realidad. 

Late, late, no me abandones, sigue, sé que esto va a resultar duro para ambos, pero no puedes dejarme aquí, tenemos muchas cosas que hacer, demasiado que vivir, demasiado que sentir, vamos late, nos esperan demasiadas cosas juntos, hay tantas experiencias que nos hemos vividos, quiero sentirte al acelerarte, cuando me ponga nerviosa, o cuando note mi cara roja como un tomate.

Por eso te pido que latas, ¿no oyes como nos grita? ¿No oyes los “aguanta”? No sé tú pero quiero ver de nuevo los colores, sentir los olores, ver a la gente que quiero. No me abandones.

Sé que lo conseguiremos, nos ayudarán y saldremos por nuestro propio pie.

¡Mira nos eleva! Lo sientes, nos movemos, seguro que nos llevaban a ver algo bonito.



-          El corazón es totalmente compatible, ahora solo hay que esperar que lata por su propio medio, después de eso, vivirá.


¿Ves? Dicen que seremos compatibles, que tú estabas destinado para mí, que aunque tu anterior dueño te cuido muy bien, yo lo haré maravillosamente, ¿sabes por qué? Porque te quiero, porque a partir de ahora seremos uno solo, porque no dejaré que nunca te pase nada, porque eres mi motor, eres mi oportunidad de algo mejor, porque ya sin ti no concibo una vida nueva.

Por eso… Late, lléname de vida, lléname de alegría, late para mí…




BOOM, BOOM, BOOM…



domingo, 24 de abril de 2016

Encuentros fugaces





Hacía tiempo que no me atrevía a esto, pero quizás la idea de relajarme creando encuentros, mundos y otras cosas en apenas un par de líneas me aporta cosas indescriptibles, lo que escribís creo que entenderéis que quiero decir…






En el metro…


Anda decidida hacía las taquillas con un libro entre sus manos.


La gente que pasa la mira, la notan que va totalmente metida en el libro ignorando lo que sucede a su alrededor.


Saca su metrobús y lo introduce, las puertas se abren dejándola entrar. Lo guarda en el bolsillo delantero del pantalón y vuelve al libro.


No le preocupa caerse, tropezar o perder el tren, lo único que la importa es el protagonista del libro, sus aventuras, sus desdichas…


Llega al andén y levanta la vista para mirar los minutos que quedan para que llegué y observa a la gente que tiene a su alrededor, siempre le ha gustado observar lo que le rodea. Un chico de pelo azul “¿Por qué lo llevará así?”; un seños mayor con un maletín “¿Qué llevará dentro?”… Llega a la conclusión de que seguramente cada uno de ellos tendrá alguna historia interesante y por un momento piensa que le encantaría preguntárselo. Entonces su mirada se topa con un chico rubio de ojos azules, el cual está en la columna de al lado y la observa detenidamente. Ella le corresponde con su mirada y ambos sonríen.


Ella retira su mirada y vuelve a sumergirse en el libro. Aún así nota como la sigue mirando, no le quita los ojos de encima “¿Qué le querrá?” Se pregunta.


Dos minutos. Está a punto de llegar y la tensión se palpa en el andén, viajeros ansiosos.


- Hola - dice alguien a su lado.


Al levantar la vista se vuelve a topar con unos ojos azules.


- Hola - contesta ella.


- Te llevo viendo desde que bajaste y te quería decir que me encantas - dice él sin tapujos.

Un minuto.


- Pero… si no me conoces - contesta ella sin creerse lo que está sucediendo.


- ¿Y? - pregunta él con una extensa sonrisa.


El tren llega al andén y las puertas se abren. La gente sale deprisa. El tiempo corre y a veces lo hace en contra.


Ella le mira sin entender nada.


- En el metro todo puede suceder ¿no? - dice él.


En eso tiene razón y ella se introduce en el vagón. Mira para ver si él la sigue pero ya ha desaparecido.


Último pitido.


El tren sale de la estación. 





Con que más puedes soñar

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